sábado, 2 de abril de 2022

Conjeturas

Soy compradora nocturna de mercancías, en cuidadas combinaciones. Cerveza y condones. Confitería y corazones de cartón. Velas y lencería. Gasas y antidepresivos... Una simplemente deja que el vendedor en la caja de cobro saque sus propias conjeturas.

Viernes

Cada corte sobre mi piel es un camino, un riachuelo de rubíes. Un camino que va hacia ninguna parte, un río que no desemboca en ninguna cascada. Cada corte es una fantasía de movimiento, la ilusión de estar yendo del punto a al punto b. Así he llenado este cuerpo de extravíos, hasta quedarme con algo que ya no es como era mi cuerpo, sino una explosión de lágrimas rosas y naranjas que aquí, debajo de la regadera, lo salpica todo. Tendré que limpiar el piso. Aquí sentada sobre este suelo resbaladizo (mi fracaso se siente ahora tan cálido), con el agua tibia recorriendo mi nuca hasta mi espalda, no pierdo detalle de mi sangre. Los coágulos comienzan a formarse en la punta de mis dedos. Todo parece estar en calma debajo del agua, aunque por momentos me tiemble la quijada. Tengo la certeza de que nadie vendrá a detenerme. Estoy sola llamando a la muerte. Estoy más triste que temerosa. No me interesa ahora el olor ferroso de mi sangre que sube con el agua evaporada, sino que me atrae más un olor que, de golpe, me recuerda al té de canela y así me viene entonces el recuerdo de mí misma cuando niña, y todas las tazas de té dulce con canela que me tomé por las mañanas. 

Había mucha luz en la casa de mi infancia, y una pequeña ventana en la cocina que, si me subía cuidadosamente sobre un banco, me permitía mirar a lo lejos un terreno baldío que a veces se llenaba de renacuajos y de girasoles. Aquí en este cuarto de baño también entra ahora la luz. Quizá sea el lugar más luminoso de la casa, ¿por eso vine aquí? Además, tengo una planta de lavanda en la esquina de la regadera. Me doy cuenta que ha muerto y no sé desde cuándo. Me viene una culpa terrible porque recuerdo la mujer que me la vendió diciéndome "cuídala mucho". Antes de matarme a mí, la dejé morir a ella. No hay belleza en este escenario. Me engaño. Todo en él es doloroso, deprimente. Hasta esta luz de la media tarde me duele. 

 Espero, llevo una hora debajo del agua, vestida. Hay sangre por todas partes y por instantes me aterra lo que veo, pero me viene luego una punzada de dolor profunda, emerge de un no-lugar de mi cuerpo. El dolor está dentro y sólo pienso que necesito sacarlo antes de que me deje ciega, antes de que me asfixie, antes de que me haga volver el estómago, antes de que lo destruya todo. Entonces corto con fuerza hasta dibujar un nuevo riachuelo, yo y mi dolor hemos ido del punto a al punto b. Dentro, fuera. El problema es aquí fuera, tampoco sé qué hacer con él. 

lunes, 10 de enero de 2022

Dormir con alguien es un abismo,

sentir su respiración pausada, en la espalda. Sentir que eso, su aliento, es un cobijo y en duermevela seguir el ritmo que lo teje como a un manto. 

Dormir con alguien no exige significado, es solo sentir el calor acompasado, desconocido. ¿Es un peligro? No. 

Viniste a ser testigo de este descenso, de mi caída libre en ti, y de apoco nos avanza la noche, abrazados.

La madrugada, por otro lado, terminará por guardar tu nombre bajo esta almohada. 

En tu cabello mis manos abandonan la soledad de los días.  Así, sólo de noche, voy quedándome de ti acompañada, pero me abismo.