lunes, 4 de julio de 2011

Algo en algún lugar.

Podría escribir una historia con los títulos de las canciones que pensé dedicarte, las hubo de todo tipo. Una noche empecé escuchándolas para despertar con ellas y tú en mi mente. Combinación perfecta, me decía. Suspiraba tarareando una canción no aprendida. Por eso empezaste. Una semana después no me bastaba con las canciones existentes e incluso empecé a escribirte. Incluso lo hice. Nunca lo supiste, ni siquiera ahora, que lo digo ya sin vergüenza alguna. Contigo en mente fumé por primera vez en la madrugada, entonces descubrí que ése era tu aroma… misterioso, sereno…funesto. Contigo se hicieron cada vez más frecuentes las divagaciones; vicio que ahora me impide el sueño una que otra noche de lunes.
¿Recuerdas aquella tarde cuando dije que era mágico? Entonces lo fue. Nunca me maravillé tanto de una personalidad tan… cómo decirlo? Desconocida. Fue mágico como te presentabas ante mi tan opuesto a lo que yo era, pude reconocer quizá lo pasajero de lo nuestro en ese instante y sin embargo esperé. Esperé los días caprichosos en que vinieras a mi encuentro para seguir descubriendo hasta dónde podía llegar un encuentro de tal naturaleza. En algunas ocasiones me pareció vislumbrar que estabas enterado de todo. De mi rechazo inevitable. No cediste. ¿Por qué?
Más de un viernes pasamos sentados en la oscuridad, bebiendo cerveza y divagando acerca de la Luna, las personas, el destino, el tiempo… Recordaré siempre ése donde mi mente colapsó por unas 10 horas. Ese día te abracé como nunca he abrazado a nadie. Aquel día fue el único que pasamos realmente juntos. ¿Fue por el LSD? Qué importa, ese 11 de marzo me sentí enamorada. Fascinada de ti, tal vez.
Olvidaste ya, aquel día que fuimos a Ciudad Universitaria, por Rectoría, únicamente a fumar marihuana? Nos llamaron “vampiros”. Entonces creamos la frase: Traigo los ojos bronceados. Que Sol tan intenso hubo aquel día y cuanto te hice caminar. Además te hice pagar un taxi, pues sentía no poder tomar un PumaBus  por tanto que habíamos fumado. Regresamos toda la línea del metro callados. ¿Qué íbamos a contarnos? A excepción de nuestro deseo por escaparnos no tuvimos nada en común. Supongo.
No tuvimos nada más en común más que nuestro destino casualmente encontrado. Eso me bastó y me basta ahora para poder llenar con tu recuerdo una página más de mi memoria.