lunes, 8 de agosto de 2016

08/08/16, 11:10 pm

Los imagino teniendo sexo. (Las paredes aquí son de cartón.) Por segunda vez tienen sexo. Él sobre ella. Cama individual, luz apagada, ventana grande, luz de la calle. Sobre sus cabezas la ventana. "Tenemos un código en la cama".

A veces los imagino teniendo algo. No sexo. Digo, algo. Sexo. Por cuarta vez. Ella despierta primero y no lo abraza. Lo desea y todo en el mundo es potencia. Despierta, él. Sin hablar la mira fijamente, le sonríe y nada. La toma de los hombros, la gira, la penetra. Silencio.

Los imagino. El sexo ocurre. Alguien llora. Alguien abofetea y eyacula. Después ella no duerme. Amar no es imperativo, es infinitivo, pero no infinito; es más bien una forma breve.

Uno de ellos está a punto de morir, pero yo los imagino teniendo sexo. Real. Con palabras. Sin ausencia. Ellos, me los imagino, están teniendo sexo. 

¿Lo recuerdas? No.

No.

Hay gente quemando otra gente viva en Tamaulipas. Mujeres cuyos cuerpos son encontrados con severas marcas de tortura por sus padres, por sus hijos, sus hermanos.

Mi abuelo. Yo no conocí a mi abuelo. Sé que estás bien muerto, abuelito. ¿Puedes verme a mí también muertita?

En medio de todo, yo espero un mail, un transplante de corneas. Quiero decir, memoria. Te recuerdo, dije. Pero mientras en esa película casera de Skype dos cuerpos tienen sexo, sólo porque lo imagino, mi abuelo está muriendo, está muriendo, está muriendo.

Ojalá hubiera entendido todo esto antes.


domingo, 7 de agosto de 2016

7/08/2016, 7:33 pm

"Desamistar". Una mujer en el periódico consideró esa posibilidad lingüística y hoy, pero sobre todo vino a recordar, a mostrar, cómo las cosas no son para siempre. ¿Un amigo? Tampoco... Oh, so sad.

Alejandro se fue de la casa, para siempre. Al menos así parece ahora. Quiero decir, se fue de mi vida, se fue de la casa. Alejandro se fue. Se fue Alejandro, mi mejor amigo hombre en todo el planeta Tierra se fue a la mierda, mi querido Alejo. La última mañana que lo vi, en la cocina, vestía una chamarra negra y no mucho tiempo atrás había vuelto de Colombia. Olía a viaje, no estoy exagerando. Olía diferente, bien. Mi amigo olía bien, había vuelto a México. Mi amigo había vuelto a nuestra casa y estaba parado junto a mí, con su chamarra negra y extendía su brazo hacia mí con una bolsa de café colombiano en la mano. Yo estaba preparándome el mío, instantáneo y con endulzante bajo en calorías. Él estaba a mi derecha y yo no lo veía de frente. Estaba enojada con él. ¿Cómo podía hacerme esto? Dejarme, quiero decirl. Él también. Él, que sabía cuánto me afecta la partida de la gente. De los hombres, eso es claro. Él se iba para siempre y estaba parado ahí, con un obsequio, dando las gracias. Cogí la bolsa. Salí de la cocina. ¿Cuánto tiempo iba a tardar en sacar sus cosas? ¿Porque tardaba tanto? ¿Con quiénes iba a vivir a partir de ahora? ¿Dónde? ¿Cómo será su habitación? ¿Pensará algunas tardes en mí?

No soporto la idea de que se pudo haber ido por mi culpa. Lo detesto por hacerme sentir así. Soy tan egoísta y lo quiero tanto, le debo tanto.