viernes, 16 de septiembre de 2011

Hombre

me quedé y te dije mucho en silencio

miré tus botas
y
de una manera imposible
sentí
tu nombre desconocido

domingo, 4 de septiembre de 2011

Te escribí para vivirte.

-Llegó una mosca zumbando  frente a mi nariz y me sacó del ensimismamiento. Llevaba dos horas con las mejillas empapadas de miedo y sabía que se hacía tarde para ir a tu encuentro, pero el último pensamiento que tuve antes de mi colapso nervioso trajo consigo lo que después descubriría como una premonición.
Decidí retomar aquellas notas que llevaba escribiéndote desde hacía meses, quizá desde antes de conocerte pero que sin embargo ahora pienso que fueron ellas las que te trajeron a mí, mis palabras escritas al  infinito, un infinito  palpable  cuando desperté y te vi a lado mío. -
     …Era un miércoles 14 de junio  y al despertar noté que tenía los pies helados.  Te abracé y percibí ese olor tuyo a canela, tan dulcísimo. Tus hombros desnudos me mostraban sus tres lunares  y tu cabello negro rompía el monótono color blanco de las sábanas.  Mirarte dormir era el bálsamo reparador de mis desvelos, de mi incesante necesidad de quererte.  Se abrieron aquellos ojos tuyos que últimamente parecían nublados por una inminente tormenta, me miraron y yo también los miré. Nos amamos un rato más antes de abandonar nuestro eterno refugio entre almohadas.
     …Te miré desnuda al levantarte. Esa imagen tuya nunca igual a otra, tan dolorosamente bella, tan efímeramente mía...
-Cuanto te deseé  en aquellas líneas, te escribí perfecta, caminé en la oscuridad para imaginar tu silueta, y como a la nieve te pensé eterna.
Miraba sin sosiego por las calles intentando encontrar esa inspiración que me llevara a ti de nuevo, pues día a día sentía la apatía clásica hacia todos mis escritos, esa apatía inevitable que solía llenarme de miedo, sabía que dejar de escribirte sería permitir tu inexistencia, tu abandono, sabía que cada línea escrita en mis desvelos vendrías a vivirla conmigo al día siguiente.-
     Por la tarde te miré alejarte desde mi ventana, volteaste la mirada justo antes de cruzar la avenida y murmuraste un par de palabras ilegibles a las que decidí estructurar como un ‘hasta luego’, pegué la mano a la ventana y me quede ahí hasta que el vaho de mi respiración sobre el cristal me impidió ver cómo te perdías entre la gente.
-Aquella madrugada decidí no escribirte y por primera vez sentí el miedo de estar deseando perderte…
Prendí un cigarrillo y si acaso le fume dos veces, dejé que se consumiera entre la distancia que acababa de establecer entre nosotros. Entonces lloré. Me di cuenta que había terminado mis palabras para contigo... lo sabía, lo sabía desde que dibujé aquella primera letra, sabía que habría de terminar en algun punto de aquella desierta hoja.
No estabas más. Quemé aquel escrito para ovidarte. Nunca estuviste, no estarías más.