miércoles, 5 de diciembre de 2012

Propósito de desapego.

Me acordé de ti y se me cayó el pan de la boca, nada más para eso, amor mío, tu rostro dulce perturbó mi tarde. Pero eso para mí es bastante. 
   Mira, ya me llegó la hora cansada y aún con todo, con mis dolores de cabeza y mi desvelo prolongado, me debato entre la almohada y el necio vicio de hacerte surgir entre mis líneas.
   Ya, se acabó por fin el día. Ya, se me olvidó por fin el punzante dolor de media tarde. Ya, llegó Luna Catarsis y ya, todavía tú que no te decides a marcharte.
    Zumba incesantemente tu rostro y mientras,  palmo a palmo me recorre el frío;  se enreda al rosario sobre mi pecho y a mis anhelos desboca, volviéndolos insoportables como los sollozos gatunos. 
   Me propongo olvidar de una vez las imposibles tardes que nunca estuve contigo pero ¡ay! de pronto, no sabes cuánto ni cómo, anhelo los besos que jamás nos dimos.
   ...
   Maldigo la infame despedida que nunca termina de acontecer mientras te escribo.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Cortejo de lobo hambriento

Voraz. Sábanas. Desnuda. Me estremezco. Qué lejos buscas la carnada, lobo manso.
Esta noche. Yo. Tus pupilas fieras. Acariciar tu lomo viejo.

martes, 9 de octubre de 2012

Abstinencia

Cenizas y ecos,
vigilia errante,
inconstantes abismos,
resaca y consecuencia.
Perderse.
Crecerse.
Necesitarse.
Responderse.

Recordar un sueño olvidado:
volver.
Eliminar forrajes y fuego.
Seguir un camino al bosque sin miedo.
Ser bosque.
Ser miedo.
Hacer camino,
un río-camino.

Colmarse los ojos de tedio y grillos.
Ser nube de la ilusión pueril. 
Salir del letargo.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Sin título.

no es cierto
no es cierto que no rían los cerezos
cuando tu voz muerde
mi lóbulo izquierdo
no es cierto
no es cierto que el vino
pierde su sabor
cuando a fluir lo dejas 
y  tu pluma cansada
colmada de palabras
me encuentra y me embriaga
pero acaso es cierto que es invencible el deseo
sobre todo  lo es cuando vuelas
 fulgurante alrededor mío  

sigilosa luciérnaga
y me dejas en desierto
 con una sola certeza
te quiero

domingo, 9 de septiembre de 2012

Cuerpo celeste.

Ansias de infinito desde tu piel desnuda;  encrucijada, rotunda.
Diamante que amanece en el llamado de un encuentro.   
Te busco y no te encuentro.
Palpitante deseo  de prudencia disoluta   
Lamentable sollozo, miel de luna.

Ansias de tu piel   desde el infinito desnudo.
Llamado que amanece, diamante de un encuentro.
Te busco,  prudencia de luna.  
Sollozo y sueño.   Miel y deseo.
Ansias de luna. Te sueño diamante.

lunes, 16 de julio de 2012

apenas lo has visto
y casi lo recuerdas
cuando se desvanece
el presente
el acto
el presente

jueves, 21 de junio de 2012

¿Te cuento de dónde provengo?

Una madrugada un suspiro me encontró a orillas del agua salada, sobre la arena pálida del mar.
Me cogió cauteloso y me resguardó en el infinito campo de la esperanza, a donde iban a parar todas las promesas por cumplir.
En algún lugar alguien encuentra un mensaje en el mar, dentro de una botella. El mensaje dice:
Tómame en tus manos y consérvame como si fuese cierto, dame un nombre, invéntame una historia...sólo tú puedes salvarme del naufragio”Ese alguien lee desconcertado el mensaje y lo devuelve al mar, restándole importancia. Pronto se olvida que lo ha encontrado, pero esa noche tiene un sueño.

Estando yo en el campo de la esperanza, una noche despierto.

El resto de mi historia ya no es misterio.

viernes, 1 de junio de 2012

Al despertar

I. La mañana se forma en los ojos que abren sus cortinas, y temprano cocinamos con huevo, leche, harina, una idea ligeramente nueva, ligeramente saludable, de bienestar matutino.

II. Los ojos, hacedores del día, tejen la luz a las sábanas de muchachas esquivas, muchachas que son como la temprana hora y el sueño: para siempre blancas o azules, silenciosas.

III. La noche de los ojos lo sabe: la mañana es casi inexistente, pero siempre vuelve.


domingo, 8 de abril de 2012

En el jardín.

Si este tabaco hubiese sido un cuerpo, dotado de igual sentido e igual fatalidad con la que se consume una existencia, abrasado en llamas de austeridad y coincidencia...  Con la ceniza de su recuerdo… con el volátil humo del que alimenté el alma mía, que acaso lo abarcó como la brisa…
Si este tabaco hubiese sido un cuerpo, no el tuyo ni el mío, sino uno cualquiera, lo hubiese tomado con igual cautela y sosiego para que me enterara de qué se trata todo esto, de qué va la historia que se consume entre mis dedos y se vuela con el viento.
Si este tabaco hubiese sido un cuerpo, repito, no hubiera sido mío, hubiera sido del fuego, hubiera sido del tiempo, de una boca, de un pensamiento.

lunes, 2 de abril de 2012

La madrugada nace.

Estoy en el punto de quererte encontrar para no dejarte ir, aunque no debo negar que temo. Temo suspiros y miradas silenciados por la presencia del nombre que impone respeto entre ambos, que nos aleja y nos une.
Estoy recorriendo un camino tupido de narcisos y de robles, de pinos altísimos que impregnan el aire y lo dejan irreconocible. Estoy en el limbo de lo regalado y lo prohibido: tu mismo.

viernes, 23 de marzo de 2012

Umbral

¿Para qué sirve una puerta que no puede ser cerrada ni abierta?
Anoche, para no tener miedo, quebré con un llavero las ventanas.

sábado, 14 de enero de 2012

El trip.

Cocteles sensoriales
Abro los ojos y de pronto estoy ahí, en la turbulencia. Cebolla, queso, pescado, humedad y desodorante axe son algunos de los olores que sazonan el ambiente en el que me sumerjo. Debajo de mis pies siento el hormigueo del suelo, vamos a gran velocidad y fuera sólo veo oscuridad y a veces luces… tal parece que podría estar en el espacio, en una nave de expedición con decenas de tripulantes; pero  en realidad estoy en el metro de la ciudad de México. Probablemente llegaré pronto a la estación Hidalgo donde habré de trasbordar a otro gusano naranja para llegar a mi destino: Bellas Artes.
     En el camino, dentro del vagón, converge gente muy diversa pero todos estamos ahí, debajo de la tierra mientras nos movemos como hormiguitas… y de pronto somos iguales. Nos movemos a la misma velocidad y con igual inercia. Huelo a los demás y los demás me huelen, escucho y me escuchan, formo parte de este coctel de masa multicolor y me siento parte de la obra.
     De pronto entra a la conversación de mis amigos y yo una Guaracha Sabrosona (que puedes adquirir junto con 200 canciones más, por sólo diez pesos) que suena en la bocina de un vendedor ambulante a nuestra espalda, mientras un niño llora a lado mío y una vocecilla robótica que sale del techo nos pide que se permita el libre cierre de puertas. A mi alrededor siento los cuerpos que se estrujan con el mío, puedo sentir a alguien muy delgado con un saco de piel, una señora corpulenta que huele a humo de cocina, mientras me ocupo de no aplastar a la viejesita que sostiene un canasto de pistaches.
     De una forma salvaje, el metro se detiene y creo sentirme como los pollos cuando los llevan en un camión hacía el matadero, chochamos unos con otros, hay algunos chillidos y vuelan plumas por los aires. Pisando algunos zapatos y quizá hasta picando un ojo me sumerjo a contracorriente en un caudaloso río de gente para poder salir del vagón. Cuidándome de no perder a mis amigos ni mi celular, con un suspiro veo alejarse la maquina color zanahoria y me siento tranquila de haber sobrevivido. Ahora pronto estaré respirando aire fresco y mirando una luz más natural.
     Con este pensamiento, apresuro el paso como todos los demás. Mientras subo las escaleras dejo atrás una urbe para sumergirme en otra, pero ahora el peso que tendré sobre mi cabeza no será el de una ciudad frenética, ahora sólo son nubes y cielo. Frente a mi se alza imponente el Palacio de Bellas Artes y escucho el murmullo de todo lo que me espera al cruzar la calle.
     Noto que los olores han cambiado, se disipan los efluvios humanos y huelo a las máquinas;  automóviles y su gasolina quemada, motores que necesitan un mecánico y llantas que han viajado bastante. Ahora el sonido ensordecedor del metro y vendedores ambulantes ha cambiado por niños riendo, mamás cuidando que no echen  a correr, un hombre hablando en un idioma extranjero a su teléfono celular y la vocecilla robótica que pedía amablemente qué hacer, ahora ha cambiado por un hombre panzoncillo uniformado que nos grita con un silbato.
     Cruzo la avenida y miro rostros distintos, ajenos. Cada uno con una expresión particular, no miro con detenimiento a todos pues no hay tiempo. Llegaré pronto al extremo de la avenida y nos habremos olvidado, sin conocernos.
     Me siento entusiasmada caminando por la calle de Madero. Empiezan las botargas, un hombre pintado de robot, un pirata. Podría ser yo cualquier cosa en aquella calle. Lo que más me excita de aquel sitio suele no ser lo que  todos miran en un primer plano. Miro hacia arriba, algunos metros más sobre las cabezas de las personas, y me encuentro con un mundo diverso. Ahí convergen diferentes corrientes artísticas, me lo cuentan como en secreto la arquitectura de los recintos.
     Caminamos un poco más y me percato de que no percibo ningún olor en especial, lo cual me inquieta. Al pasar frente a una iglesia convenimos en pasar a observar y conforme avanzamos hacia ella bajamos el volumen de nuestra charla. Al entrar, de nuevo soy testigo de los diversos aromas. Mezclado con un ligero toque de incienso, que casi se desvanece, surge un olor nuevo que hasta entonces no lo hubo en todo el viaje. Huele al silencio de las cúpulas viejas, a madera humedecida a lo largo de los años, con capas sobre capas de barniz para darle brillo. Huelo la esperanza de la gente mayor y casi huelo su soledad. Nos sentamos en una banca vacía justo en medio y de inmediato me invade la frescura del lugar. Un extremo se encuentra en reparación y sólo los movimientos del hombre sobre la escalera rompen el silencio, un silencio que de pronto reparo me parece inquietante. Llegan los murmullos de la calle y descubro la diferencia de las atmósferas. No, en esta atmósfera no me siento protegida ni plenamente tranquila; me siento tremendamente sola, insignificante. Miro los bajorrelieves en los muros, las esculturas de santos que desconozco y pinturas de pasajes bíblicos mientras intento recordar alguna oración en mis empolvados recuerdos del catecismo. No consigo recordar ninguna y cuando me doy cuenta estoy teniendo pensamientos pecaminosos. Río en silencio y tomo mi mochila para salir de nuevo. Que sed me ha dado.
     Salimos de la iglesia y noto a mi amiga Frida más tranquila que allá dentro, Ricardo tiene la expresión de haber descubierto nuevas cosas y todos parecemos cansados. Parece que nuestro viaje está por terminar cuando propongo vayamos a tomar un tarro de pulque. Tras una serie de argumentos de apariencia lógica los convenzo de dirigirnos a “Las Duelistas”.
El olor del alcohol y fermentación nos avisan la cercanía de la pulquería y apuramos el paso. Ya desde la esquina se escuchan las risas y calurosas charlas de voces jóvenes. Frida abre las puertas de madera y entramos tras ella en fila india. El olor del pulque es muy intenso y mi boca parece de agua. Buscamos un sitio y pedimos curados de mandarina, apio y guayaba. Frente a mi hay un espejo al que le falta un pedazo en forma de triángulo y sólo se refleja la mitad de mi rostro. Conforme el tarro lentamente queda vacio mis mejillas se calientan y me arrullo con la música que suena en la rocola. Un señor pide un plato de frijoles con salsa y ese olor me hace sentir en casa de mi abuela.
     Miro frente a mi a mis amigos y compañeros de viaje, que dichosa me siento de estar con ellos en ese momento. Sabemos que fue un día largo y lleno de sensaciones, se hace tarde y será mejor que volvamos a casa. Nos dirigimos bajo el sol de media tarde hacia el metro, donde tomamos rumbos distintos. Los pies me duelen y al entrar al vagón sólo busco un asiento vacío. Me siento y cierro los ojos, me sumerjo de nuevo en el ronroneo del metro, en los olores y sonidos que emiten los pasajeros quizá igual de cansados que yo, sólo espero la vocecilla robótica que me indique que he llegado a mi nuevo destino.