lunes, 28 de diciembre de 2015

+/-

Puedo reconocer a una mujer asiática mirando sus piernas. Cuando Xu Fei volvió a Beijing, y dejamos de escribirnos y dejamos de besarnos y dejamos de procurarnos la una a la otra, me entregué al descuidado placer de comparar tamaños y formas de los muslos de muchachas orientales. 

Es ingenuo pensar en una ausencia del deseo, aún con la distancia intermediaria entre aquel que contempla y el objeto carnal, intelectualmente anhelado.

No habría por qué separar la efusiva soltura de los músculos, un lúbrico estremecimiento, una nota de voz que en calidad de prófuga atraviesa las cuerdas vocales contraídas, de la hondura de la tristeza. El cuerpo es una llanura inmensa en donde caben ambas eternidades: presencia/ausencia, encuentro/desvanecimiento, goce/melancolía.

Mi placer es una síntesis de contrarios. Él. Ella.